Atravesar por el tremendo dolor de la pérdida de un ser querido o de cualquier tipo de terminación y quebranto es, sin duda, una de las experiencias más temidas por los seres humanos. Sin embargo, parece que es justo en donde la vida nos quiere entrenar, pues todo está cambiando, transformándose y pasando de un estado a otro, sin cesar.
Esto, a la vez que nos enfrenta a la vivencia, nos obliga a mirar más allá de la capa donde todo es impermanente para buscar la esencia y presencia constante que nos haga sentir confiados y consentidos: con sentido. Por eso es que todas las religiones siempre hablan de un reino eterno o de un cielo infinito.
Pero este concepto no es sólo un lugar a alcanzar cuando dejemos esta vida material, sino que también podemos ser conscientes de su existencia estando aquí y ahora, y una de las maneras más rápidas de llegar es vivir los instantes con lo que importa y con quienes nos importan imaginando que se puede tratar de la última vez, es decir, con la conciencia de que todo está cambiando empujarnos a disfrutar de las presencias para no extrañar en las ausencias, y entonces adentrarnos a lo que no cambia: al amor que sentimos que es interminable y que se estira perforando el tiempo y el espacio.
Ser inconscientes de que ejercemos tanto amor por la vida y por quienes nos rodean y que la vida nos ama no quiere decir que estemos exentos de este aprecio profundo de ida y vuelta: es una ley universal, y la llave de la infinitud. Por eso, atrévase a vivir como si supiera a ciencia cierta que como dijo sabiamente Osho, es más probable que en el siguiente momento nos tengamos que despedir. Entréguese con gusto a sus afectos, porque sólo de esta manera no le quedará espacio para la melancolía, pues es más duro el extrañamiento por aquel amor que dejamos de vivir o de dar.
Y si les tiene que decir hasta pronto, no se quede mucho tiempo en el dolor de su pérdida, entréguese por completo también al desahogo por su partida y después arránquese a vivir plenamente con los vivos persiguiendo una versión enriquecida de usted, ofreciéndoles lo mejor de sí, y en contacto con aquello que permanece, con lo que va a llevarse cuando a usted le toque su despedida.
Recuerde que el más hermoso homenaje que podemos ofrendarle a quienes nos han y hemos querido tanto es recordarlos con una sonrisa, con el sabor de eso que compartimos y que disfrutamos juntos, honrándolos con la alegría de haberlos gozado, de haberse nutrido de aquello que aprendimos juntos, porque quienes nos han amado disfrutan de nuestra felicidad y plenitud como si fueran suyas, y por ende se duelen con aquello que nos hace sufrir.
No se deje embargar por la tristeza ni la deje convertirse en sufrimiento, pues aquellos que han emprendido su viaje de regreso a casa seguramente partirán mejor si supieran que su ausencia física ahora es una presencia etérea que llevamos cerca como un halo de amor compartido. Pero viva, siempre viva con intensidad, con su sintonía completamente abierta al presente, sin dejar en el plato restos de eso que quise decirte pero me callé, eso que quise expresarte pero me tragué, eso que quise entregarte pero dije torpemente: para después.
El gran contraste a la vida es que a decir del gran Carlos Castaneda, la muerte nos dice a cada instante: aún no te he tocado.