El tiempo pretérito normalmente se hace presente cuando nos situamos ante momentos de la vida que nos recuerdan aquello que debimos haber hecho, o lo que es igual: aquello con lo que nos sentimos en deuda y que se ha cerrado para no volver más. Las lamentaciones no sirven de nada, pero son útiles si las convertimos en enseñanzas que surgen de un genuino arrepentimiento por lo que nos faltó dar, hacer o decir, para poder aplicarlo en las situaciones que estemos viviendo ahora.
Es cuando las personas se van de nuestra vida que más reparamos en lo que nos sobró y lo que nos hizo falta: si pudiera decirle más veces cuánto la admiré, cuánto bien trajo su presencia a mi vida, cuántas veces la extrañé. Si pudiera decirle lo agradecido que estoy por haberla conocido, y cómo me reconfortaba su compañía. Si pudiera haber hecho más por hacerla feliz: regalarle más tiempo, más escucha, contarle más de mis anécdotas disfrutables, compartirme más, no haber dado por sentado que sabía que la quiero, mucho menos suponer que ya la conocía a la perfección y nunca tener la seguridad de que iba a volver a verla.
Si usted pudiera volver a pasar al menos un minuto con esa persona que ya partió, ya sea porque trascendió de este mundo, o porque la vida y sus elecciones los colocaron en caminos diferentes o en roles distintos, ¿cómo lo emplearía?, ¿qué le diría, cómo lo vería, qué le ofrecería? Esa fuerza de la emoción que le produce imaginarlo puede aplicarla para los seres con los que comparte la vida hoy, y en cualquier cosa que haga.
Entréguese más, sea total, súbale el volumen a la intensidad con la que vive sus experiencias, no deje nada bueno para después y postergue sólo lo que sea nocivo para usted o para alguien; exprese sus sentimientos cuando valgan más que su silencio, sea cabal y hable con firmeza de lo que quiere construir; no pierda oportunidad de ser usted mismo y desde ahí ábrase a los demás para vivirlos sin que quede ningún faltante cuando se tengan que separar. Si yo pudiera regresar el tiempo lo más seguro es que elegiría vivir lo mismo pero con más presencia, con más yo dentro de la escena, con los cinco sentidos más despiertos y con todo el poder de mi atención: sin perder un solo detalle de cada sabor, de cada olor, de cada sonido, de cada textura y de cada palabra y expresión de aquellos con los que he tenido tan fuertes lazos de amor.
Si pudiera volver a pasar por donde anduve, seguramente lo haría disfrutándolo mucho más, riéndome más de mis propias dramatizaciones y dejaría de preocuparme tanto por no ser tan bueno, tan perfecto o tan exitoso; pondría la angustia y la depresión en pausa para abrirle cancha a lo que tengo que sentir de verdad; haría una tregua en la guerra conmigo mismo; me quitaría los lentes del juicio y me relajaría para ser más observador de todo lo que pasara a mi alrededor; y entonces creo que sería capaz de darme cuenta de lo hermoso que fue, ha sido y será tener la oportunidad de vivir una experiencia material y, finalmente, así reconocería en los ojos de los demás el preciso y precioso regalo de volvernos a encontrar.