¿Se ha puesto usted a pensar con qué niveles de confianza o desconfianza va caminando y construyendo en la vida? Seguramente se irá para atrás cuando vea y reconozca con cuánto miedo, resquemor y hasta paranoia interactúa con los demás y diseña sus pasos a dar. ¿Cuántas de las decisiones que toma están sustentadas en defenderse, manipular, vengarse o seguir a la defensiva? Una vida sin confianza es el pase directo a vivir con angustia, lamentaciones e intranquilidad. La confianza comienza con nuestro instinto y se refina con la intuición, pero si la saturación de la mente llena de información basura interfiere, perdemos contacto con la torre de control.
Dicen que el corazón siempre sabe qué hacer, puesto que está conectado a la fuente de toda la vida, y en términos menos románticos es la antena que recibe y emite los códigos del lenguaje del universo o la inteligencia suprema. Actualmente pueden medirse las frecuencias de los campos electromagnéticos del cerebro y del corazón, revelando que las del corazón son mucho más potentes y armoniosas, mientras que las del cerebro son muy bajas y caóticas. De bebés y hasta los 7 años estábamos conectados sin filtros a estas frecuencias armónicas del corazón que nos transmitían de manera constante que no había de qué preocuparse, que estábamos vivos, cubiertos, protegidos y nutridos por el poder de la vida; pero a lo largo del tiempo con los aprendizajes y las creencias inculcadas esta comunicación se redujo grandemente si no es que prácticamente se silenció ante el ruido desordenado de las nuevas creencias, ideas y juicios.
Así que dejamos de confiar en este poder y en el diseño perfecto y matemáticamente balanceado de la inteligencia superior para nosotros, y ahí comenzó la lucha interna de aquello que no aceptamos, que no nos gusta, que rechazamos y que nos pone como víctimas o desfavorecidos ante los demás. Dejamos de confiar en lo que somos, en lo auténtico y genuino de nuestro ser y sus talentos, capacidades, expresiones, y por lo tanto, exportamos el sostenimiento de la estima propia hacia todo lo externo: imagen, prototipos de belleza, de éxito, falso poder y validación social. Sin auto-confianza dejamos fuera una piedra angular para vivir, porque entonces ¿cómo poder confiar en la vida?
Sin esta conexión con la antena del corazón recurrimos a todo el basurero de la mente intelectual que –a excepción de sus funciones de inteligencia– está saturada de pensamientos reciclados por toda la humanidad, y es cuando sentimos que lo sabemos todo o que de plano no sabemos ni quiénes somos ni a dónde queremos ir, o para qué estamos aquí; es cuando estamos completamente confundidos, ofuscados y en donde las experiencias se convierten en traumas dolorosos que no nos dejan avanzar y con las que justificamos la desconfianza en la vida. Si el intelecto supiera resolverlo todo, seguramente no estaríamos tan enredados. Aprenda a confiar de nuevo, o mejor dicho, recuerde cómo lo hacía cuando no le ponía trabas a su unidad con la vida. Aunque sea para descansar, deje todos sus asuntos preocupantes en manos de aquello que –con toda seguridad– sabe mejor que usted, que yo y que todos, por qué las cosas son como son y cuál es su orden perfecto y correcto. Le llame Dios, o naturaleza, o cosmos, no importa, lo fundamental es que se deje ir con la confianza de un niño que cae de espaldas en el regazo de sus padres.