Dicen que es de sabios cambiar de decisión, que la vida debe disfrutarse en el presente, y que si del cielo te caen limones aprendas a hacer limonada. Todo esto es completamente cierto, como es cierto también que podemos vivir sin expectativas fijas y esperando con emoción las sorpresas que la vida nos traiga. Sin embargo, esto no quiere decir que no podamos hacer un diseño consciente de nuestro camino, o sea, escribir –literal y metafóricamente- qué es lo que en realidad queremos vivir y cómo, para qué, con qué, con quién.
A veces plasmar en papel el incansable cúmulo de ideas e imágenes que bombardea la mente ayuda a que de todo ese maremoto salga eso que en verdad nos llama, nos apasiona y nos hace vibrar. Es muy importante tener esto muy claro para que, en tanto que vivimos de forma flexible y espontánea, también sepamos a dónde nos dirigimos acorde con lo que nos gusta y que verdaderamente amamos, a lo que corresponde a nuestros talentos y capacidades, a la forma de vida que nos satisfaga, y no una que sigamos por conciencia de rebaño, por imitación ciega, o por presiones sociales. Tomar las riendas del destino quiere decir también ser conscientes de que tenemos en las manos la capacidad de diseñar un plan para nuestras vidas, a corto, mediano y largo plazo, porque si no tenemos esto en mente, es como si esperáramos entonces a que algo o alguien nos diga para dónde y qué tenemos que hacer.
¿Cuántas de las decisiones que usted toma son forzadas porque cree que como así lo hicieron sus antecesores, entonces usted también, o porque los modelos aspiracionales que le vendieron en la publicidad están tan insertos en usted que ya no escucha lo que realmente quiere? ¿Cuántas las toma desde su yo vencido, o conformista, desde ese millar de creencias que le dicen que sus sueños no son posibles o que alcanzar sus metas depende de cosas que no le pertenecen? Cualquier momento es bueno y oportuno para reescribir su diseño. Que cuesta trabajo, tal vez sacrificios y pérdidas, es cierto, pero que la recompensa puede ser su propia realización, también. Es muy común que tengamos ubicada a la felicidad como algo abstracto que algún día alcanzaremos, pero ésta tiene una traducción muy concreta, y se va construyendo como hacer una casa: poniéndole una estructura, dibujando un plano, siendo conscientes de las necesidades que se tienen, y aderezándola con aquello que soñamos.
No importa el tamaño, sino precisamente el diseño: que sea nuestra en todo sentido, y no una copia de las copias. Cuando carecemos de un eje rector corremos el riesgo de perdernos en la dirección de nuestro destino y entonces, además de los retos que este ya de por sí trae consigo, no tenemos con qué sostenerlos porque nuestra brújula está perdida, y por definición, corremos el riesgo de ser una carga para aguien más. Ser maduros y responsables quiere decir también tener nuestro plan de vuelo a la mano, siempre; modificarlo de acuerdo a nuestros intereses y a lo que va cambiando externamente, pero basado en aquello que somos en esencia y en lo que venimos a realizar, en nuestros principios y valores, en lo que nos define como seres humanos crecidos que en su soberanía, a pesar de las circunsancias, son capitanes de su nave y de su camino.