¿Cómo se considera internamente usted ante los demás? ¿Superior, mejor, más capaz, más inteligente, una persona más dotada de virtudes, más merecedor, o –en contraste- inferior, una persona desfavorecida, empobrecida, víctima de las circunstancias? En uno u otro caso, asumir estas diferencias es establecer una distancia que lo sumerge aún más a usted, a mí y a todos en la ilusión de la separación.

Referenciarse de los bienes materiales para marcar estos distintivos es algo imposible, es sumar peras con manzanas, pues en realidad tener una pequeña casa o una enorme mansión no hace de alguien un mejor ser en cualquier sentido, y tampoco lo saca de su miseria interna: el que no ha encontrado el camino de regreso a su ser está perdido igual con una casa pequeña o con una gran mansión.

Valerse de títulos, nombramientos, cargos o puestos de poder tampoco marca una diferencia esencial, pues no es la condecoración la que hace al profesionista excepcional, sino el ser humano detrás que con sus acciones le da sustento; basta ver ahora por todas partes que aunque los cargos públicos y decisivos sean ocupados por personas con altos grados académicos y provenientes de instituciones muy prestigiadas, de nada le sirve a nadie si la intención de sus ideas es ignorante y ególatra. Cada vez más, las brechas sociales están exponiéndose a la luz para ser aminoradas, primero reconociéndolas, y luego actuando.

El color de piel, el género, los fenotipos, las razas, las preferencias sexuales, las creencias de fe, las formas de vida, etc., se están poniendo enfrente de la nariz social a nivel individual, familiar, y a todas las escalas para ser observados con los ojos muy abiertos, y sobre todo, la mente. Todos estos son estigmas y estereotipos que hemos creado, adoptado, adaptado y reproducido, y que aunque por tradición los asumimos a ojos cerrados, debemos medir sus consecuencias y el dolor que han causado para darnos cuenta de la necesidad de replantearlos.

Cualquier creación humana que nos divida para mal ya es obsoleta tan sólo por el hecho del sufrimiento y la desigualdad que generan. Si usted se piensa superior o inferior, es momento de evaluar sus creencias y los estereotipos a los que a través de ellas se aferra. La igualdad es la inclusión armónica de la diversidad, es decir, lo que aportamos a la vida de manera única siendo lo que realmente somos.

No se trata de comportarnos igual, ni de sentir, percibir o concebir la realidad de la misma manera, sino de que cada uno siendo lo que genuinamente es, tenga su cabida en el mundo con todas las oportunidades y derechos que le son inherentes; y ahí es donde todos seremos valerosos tesoros de la vida. En este sentido sólo tendríamos una división fundamental: ser conscientes y participar de la libertad, el bien común y la evolución, o ser inconscientes dormidos que siguen siendo soldados de la separación y de la destrucción.

A estas alturas las etiquetas del ranking social están cada vez más caducas y a pasos agigantados parecen más historias de un viejo y cansado mundo, que metas loables por alcanzar. Las intenciones detrás de lo que se hace son la verdadera marca y distintivo real entre unos y otros.

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