Dice el sabio refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es justo la consistencia y la congruencia que pongamos en el hacer de aquello que deseamos, lo que hará que tarde o temprano se realice en nuestras vidas. Y qué bueno que así sea, porque el esfuerzo de nuestros talentos y habilidades es lo que le otorga a los logros el sabor único de ser ganados genuinamente.

La fe es como el impermeable de todo cuanto vislumbramos, pero esta fuerza neutral se conducirá de acuerdo a nuestras elecciones. La fe puede ser llevada incluso a las acciones negativas. Si en el fondo tenemos fe en que nos irá tan mal y nuestras acciones, pensamientos y palabras se conducen a eso, estamos creando las condiciones perfectas para que eso se haga realidad. Si tenemos fe en que todo lo bueno está esperando por sucedernos es porque la llave que abrirá esa puerta está depositada en el valor y conducencia de nuestro actuar, sentir y decir.

La fe es una de nuestras alas y la otra es nuestra conciencia. La conciencia clara de que debemos convertirnos en aquello que queremos recibir de los demás y de la vida. La conciencia de que si estamos aquí, en esta oportunidad de vivir y habitar esta dimensión no es para algo magnánimo en función de cómo nos ven los demás, sino en cómo evolucionamos nuestra anatomía de conciencia y nos superamos a nosotros mismos.

El combustible de la fe nos puede mantener a flote durante toda la vida, y el vehículo lo conducirá la conciencia de a dónde queremos dirigirnos. El poder de la fe es tan fuerte que, por ejemplo, cuando vivimos algo que nos marca negativamente y que dejamos como una herida abierta sin superar, podemos recrearlo de nuevo sin darnos cuenta. Es por esto que se dice que la vida se repite, pues tenemos puesta la fe en que ese algo sucederá.

El reto interesante es apostar porque aquello que aún no vemos manifestado, llegue. Como dijo Jesucristo, basta con la fe del tamaño de un grano de mostaza para mover una montaña: ver aquello que aún no existe mas que en el punto de luz que abramos en nuestra conciencia para que sea posible.

Pero al mismo tiempo es fundamental andar el sendero, caminar sembrando la semilla de mostaza en todo cuanto hacemos, porque ese esfuerzo es la práctica de la teoría. Nuestra naturaleza electromagnética nos convierte en creadores, hacedores y también en atractores. Aquello que magnetizamos es lo que realmente llevamos dentro y con lo que después manifestamos. De poco sirve pedir si al mismo tiempo anulamos lo que queremos recibir con la fuerza de choque de nuestros actos. Por eso es que el esfuerzo alineado en congruencia con el poder de la fe mueve montañas.

Principalmente, es fundamental tenernos fe, la fe en el propio Ser. Si lo vemos de cerca, el estado de fe que guardamos para todo cuanto hacemos no es muy elevado hasta que llevamos la luz de la conciencia para recobrar o reconducir la fe que nos tenemos. Generalmente por todos los condicionamientos que vivimos en la infancia la fe en nosotros mismos se va mermando y se confirma hacia lo negativo con base en los traumas.

Los pequeños logros, las pequeñas acciones, los pequeños pero grandes pasos cotidianos que logramos dar en congruencia, van devolviendo nuestra visión hacia la confianza, es decir, hacia la fe que se afianza para crear aquello que es bueno para nuestro desarrollo. La fe que se lee en un instructivo sin el contenido de sus acciones, sólo nos convierte en personas beatas carentes de sustento.

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