Nuestras tradiciones prehispánicas no sólo son un crisol de enorme riqueza cultural de gran fulgor y belleza, sino también fuentes tremendas de sabiduría que encierran muchos secretos, casi como códigos sagrados, para conducirnos como mejores sociedades. La celebraciones del Día de los Muertos, Día de Todos los Santos, o Día de los Fieles Difuntos, en cualesquiera de las regiones de nuestros pueblos ancestros reflejan el gran dominio del tema la muerte en la vida humana.

Cada elemento, material, la distribución de los altares, etc. abarca un simbolismo sumamente importante para la reconciliación con el tema que constituye la gran paradoja de la vida. El ejercicio de estas tradiciones no sólo va hacia lo estético o artístico, sino al verdadero tránsito del duelo de la pérdida que más nos vulnera: la de nuestros seres queridos. Si realmente nos adentramos en el poder de este conocimiento podremos encontrar una sabia medicina.

Por la hermosa ornamentación y el deleite visual que proyectan y por la profundidad de su significación, los altares y celebraciones a los muertos en México fueron declarados Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en el 2008. La riqueza de los símbolos y los mensajes que contienen han sido descritos por la ciencia y la tanatología como pasos necesarios para los procesos de duelo. Incluso, como una forma muy avanzada y refinada de procesar estos dolorosos episodios de la vida, nuestras hermosas tradiciones integran el humor y el aspecto lúdico de la existencia. 

Los rituales y los manjares que se comparten con los vivos son eventos de celebración que vuelven a hilvanarnos con el mensaje latente de que aún estamos de este lado. El colorido de las flores y de la escenografía para rendir tributo, pero además para encontrar un puente de enlace con aquellos que hemos amado tanto y deleitarles con sus predilecciones en gusto y sabor va de lo mundano a lo divino y de la tierra al cielo, desde lo que nos quedamos por decir hasta lo que con ofrendas les podemos decir ahora.

Tener esta ventana es un gran apapacho como decían las abuelas, y el consuelo de saber que mientras llega el momento de volveremos a ver, están presentes en nuestro corazón, visible a través de un altar sin igual. Abrazar nuestras tradiciones con orgullo no sólo como parte del crisol cultural, sino como un real ejercicio de sabiduría es el reforzamiento de una identidad propia, del conocimiento de nuestra historia, y de la integración de nuestra fuerza espiritual.

Como mexicanas y mexicanos gozamos de una infinita riqueza en todo sentido y es nuestro derecho gozar de ella, pero también es nuestra obligación conocer más, adentrarnos más a través de los libros, de los museos, de las expresiones artísticas, y hacernos de un acervo que cultive nuestro interior, que nos ayude a saber y conocer en dónde estamos parados y estar informados de aquello que nos hace ser lo que somos, a no repetir automáticamente como robots ni por la mera inercia de seguir una tradición, a que no sólo se conviertan en motivos de vendimia y jolgorio trogloditas, incluso de formas de escape y desfogue irresponsables, o de falsos nacionalismos, porque nuestras culturas originarias y todo eso que nos conforma va mucho más allá de eso que sólo se ostenta en la superficie.

Abordar nuestras tradiciones y cultura como lo hacen los grandes: con orgullo y conocimiento, nos otorga el inmenso regalo ejercerlas a conciencia y poderlas experimentar de la única manera en la que una tradición o celebración puede ser disfrutada plenamente: sabiendo el valor de su significado. Nos merecemos saber disfrutar de nuestras hermosas tradiciones. 

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