Dice el dicho que después de la tormenta viene la calma, y así es. La inteligencia más grande que puede existir, o sea, la naturaleza, nos muestra que después de un largo tiempo de quietud, tiene que venir una agitación que remueva lo que ya no está en balance o que ya no sirve a un propósito mayúsculo. A veces parece que no pasa mucho o que lo que se tendría que ir, es lo que permanece; pero no se vaya con la finta, ya que existe un diseño más allá de lo concebible por la mente.
El gran maestro Osho dice que la calma ni siquiera es un estado deseable, pues ahí no somos capaces de comprender los contrastes de la existencia, y la pasión por lo que amamos se puede ver ensombrecida por un apego enfermizo a que no pase nada. Un estadio en donde “no pasa nada” puede poner en riesgo la capacidad que tenemos para crear, pero principalmente para valorar lo que muchas veces tomamos por sentado: desde la respiración hasta quienes son nuestros más queridos compañeros de viaje. En contraste, un estado evolutivo está siempre lleno de rupturas al status quo, de retos y fricciones que nos hacen despertar cuando el estancamiento es demasiado.
Los cambios fuertes nos enseñan a voltear a ver hacia nuestras comunidades y grupos, y cómo es que ellos nos sostienen en momentos de revuelta; de ahí que también cobramos conciencia de la importancia fundamental de participar siempre en el bienestar y en la evolución de la comunidad y de nuestros círculos. La indiferencia es prima hermana del estado calmo donde no pasa nada, más que la vuelta una y otra vez de un círculo vicioso. Por eso no le tengamos resentimiento a los movimientos que vienen como un giro imprescindible para convertirlos en una espiral de crecimiento. Muy por el contrario, aprovechemos al máximo y con más conciencia los regalos del tiempo de e-moción, es decir, donde la energía se mueve hacia mejores rumbos.
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