El amor es acción, y si no hay actos de por medio que lo demuestren el amor se queda como un concepto abstracto y vacío. Si decimos que queremos a alguien, debemos demostrarlo con actos en los que la otra persona sienta verdaderamente este querer, y no con lo que pensamos que lo debe sentir. A las palabras se las lleva el viento, y si decimos apreciar debemos demostrar. ¿Dice usted amarse a sí mismo? Entonces provéase de bienestar: buenos hábitos, buenas relaciones, buena alimentación, buenos pensamientos. ¿Dice que quiere a su familia? Entonces inspírelos, regáleles momentos de calidad, escuche lo que le quieren decir, ábrase a conocerlos cada día, trabaje para traerles regalos, y hágalo de manera honesta para que tengan un ejemplo a seguir. ¿Dice querer a su pareja?

Háblele con la verdad, sea sincera o sincero, muéstrese como es desde el principio: no venda imágenes falsas, no juegue a la lucha de poder de seres vencidos y vencedores, ni convierta al enamoramiento en una batalla campal de la cual quiere salir sin raspones; esclarezca su definición de compromiso y cuando lo decida, establézcalo con responsabilidad; retírese si se quiere marchar y cierre el capítulo con maestría, pero también, si se quiere quedar, quédese cueste lo que cueste si vale la pena por el querer mutuo: no huya de lo que le busca. ¿Dice querer a sus amistades?

 Manifiéstese cuando lo necesiten, escúchelas pacientemente, sea estricto cuando sea por su bien y ayude a que se sacudan para despertar de su letargo, no sea indulgente con aquello que les hace mal, que lo vean presente en los momentos donde se prueban los cariños reales: en la enfermedad, en la cárcel y en la pobreza. ¿Dice querer a su ciudad, a su país? Haga su mejor esfuerzo por ser buen ciudadano, salga a la calle y ejemplifique con su civismo, no se aventaje, ni demuestre su descontento haciendo que otras personas paguen por él; convierta a las calles en una ampliación de su casa, y a los otros seres en una extensión de su familia, deje de ser personalista, y sea más incluyente. Relacionarse con usted mismo, con su pareja, su familia, sus amigos, hasta con sus enemigos, su ciudad y su país, sólo puede tener dos vías: o con miedo o con aprecio, y lo segundo se traduce en acciones claras y reales, completamente perceptibles y evidentes.

Si esto no existe, entonces es complicado que nuestro discurso de amor sea creíble. Éste se queda sólo en un concepto frío, aislado y sin sentido. Por eso es que es la energía que mueve al mundo, pues todo lo que se cuenta como acción que hace crecer, mejorar, evolucionar, incluso lo que hace que se mueran cosas inservibles, se puede traducir como amor. A todos nos gusta sentirnos apreciados, y cuando lo hacemos es porque alguien se encargó de llevar las ideas y las palabras a la acción, porque lo demostró aterrizándolo en obras y causas de las que se pueden ver sus efectos. En el ejercicio real de la vida es sólo con nuestras acciones que podemos anclar la luminosidad de la energía del amor, y mientras esto no ocurre se queda sólo en una retórica fantástica.

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